
De las zonas olivareras emergentes españolas, Navarra es tal vez la que más lejos ha llevado su apuesta por una producción aceitera de calidad, sustentada en criterios de renovación tecnológica y eficacia empresarial, con un significativo número de almazaras y marcas instaladas en los primeros lugares del escalafón del AOVE.
A este proceso ha contribuido de manera decisiva la labor organizadora y certificadora de la Denominación de Origen Protegida Aceite de Navarra, constituida hace unos años para amparar los aceites virgen extra de 135 municipios de la Comunidad Foral -además del territorio de Bardenas Reales-, la mayoría de ellos distribuidos en la depresión del Ebro, gran río aceitunero de la Península Ibérica con el Guadalquivir.
El sello de la DOP Aceite de Navarra acoge a los virgen extra producidos -en al menos un 90 por ciento- a partir de aceitunas de vuelo de las variedades arróniz (originaria de la localidad del mismo nombre, cerca de Estella), arbequina y empeltre.
EQUILIBRADOS Y CON CUERPO. Situada en el límite septentrional de la difusión del cultivo, la zona de producción se caracteriza por un clima de clara influencia mediterránea, con fuertes oscilaciones térmicas, suelos de acusada composición caliza y altitudes por debajo de los 600 m. La amenaza de heladas a partir de la segunda quincena de octubre impulsa a muchos olivicultores a practicar cosechas en verde, o tempranas, con sus correspondientes efectos positivos en la calidad media de los aceites.
El perfil de los virgen extra navarros es, en líneas generales, el de aceites equilibrados y con cuerpo, con los matices que siempre aportan tanto el emplazamiento geográfico del olivar como el tipo de aceituna que predomina en su composición: la estructura y características notas de alcachofa de la autóctona arróniz, los toques frutales (plátano) de la arbequina o los tonos almendrados y dulces de la empeltre.

Aunque la constitución de la denominación de origen Aceite de Navarra es relativamente reciente, la presencia del olivo y el aceite en el viejo reino no es, precisamente, de ayer. Como en la mayoría de los territorios aceituneros españoles, los orígenes del cultivo se remontan a los fenicios y griegos que se establecieron en la península. Más tarde fueron los romanos quienes consolidaron la olivicultura (hay abundantes vestigios de molinos de la época), siendo los árabes quienes finalmente extendieron el cultivo y perfeccionaron las técnicas de extracción.
UN REFERENTE DE CALIDAD. Tras largos períodos de decadencia, con numerosos altibajos, la producción aceitera de Navarra conoce un auge sin precedentes en la primera mitad del siglo XX, incluso con una medalla de oro en la Exposición Universal de Sevilla de 1929 para un aceite de la localidad de Cascante. Impulsada por el movimiento de las cooperativas agrarias, la superficie plantada alcanzó su cénit en 1963, año en el que se contabilizaron casi 9.000 has de olivar, volviendo a caer a poco más de 2.000 en el año 1995. Hoy, en franca recuperación, la extensión del olivar inscrito se sitúa por encima de las 5.000 has.

Marcas como Hacienda Queiles y Artajo, seguidas por otras como Nekeas (aceite y vino de la mano), La Maja o Mendía se encuentran entre las punteras del país y constituyen un referente de calidad para los mercados nacionales e internacionales.