
El mundo de la cata de líquidos, ya sean o no fruto de un proceso fermentativo, suele tener tres escenarios de observación y análisis. Son las conocidas fases visual, aromática y gustativa.
También el lenguaje puede compartirse, y así lo demuestra el uso de términos como “estructura”, “potencia”, “intensidad”, “equilibrio” o “delicadeza”, que son comunes a la cata del vino y del aceite, por ejemplo.
Claro que no todas las expresiones pueden compartirse y, como es lógico, cada producto tiene su jerga, sus significados especiales, sus matices y su relación con la serie de atributos más o menos valorados o con la de defectos más o menos indeseables.
Un caso interesante es el del adjetivo “herbáceo”, que en la cata de vinos a veces funciona en expresiones de evidente reproche (los vinos muy herbáceos pueden ser también duros a la hora de beberlos). No ocurre así en los aceites, hasta el punto de que los aromas de “hierbas” y las “notas herbáceas” son muy apreciados y constitutivos de los aceites frescos de mayor calidad. Conviene precisar, sin embargo, que el uso de estos términos siempre depende del contexto y que ningún catador está libre de, un mal día, escribir cosas como que un aceite tiene “aromas de hierba recién enfangada”. Esperemos que no sea así.