
Hace escasas semanas, la Almazara Experimental La Grajera era escenario de unas interesantes jornadas técnicas dirigidas al sector olivarero de la Rioja, en las que se habló largo y tendido de las técnicas de cultivo, elaboración y comercialización del oro líquido, un producto con bastante más tradición de lo que mucha gente cree en el territorio de la actual comunidad autónoma riojana. Es sólo un ejemplo del momento de ebullición que vive estos días en la Rioja el más noble de nuestros aceites vegetales.

En las más de 5.500 has del olivar riojano conviven variedades de aceituna tradicionales –no faltan quienes las califican de autóctonas– como royuela, redondilla, machona o negral con otras llegadas de distintos enclaves de la cuenca del Ebro –las arbosana y arbequina, la empeltre aragonesa– o de latitudes más remotas, como la andaluza picual o la foránea koroneiki.
RICOS EN ÁCIDO OLÉICO. Un prometedor catálogo aceitunero que está siendo rigurosamente estudiado por los técnicos de la joven –aprobada en 2004- Denominación de Origen Protegida (DOP) Aceites de la Rioja y la Consejería de Agricultura del gobierno regional, a fin de conocer a fondo su potencial para la obtención de aceites virgen extra del escalón más alto de la calidad. Entre ellos Juan B. Chávarri, coordinador de los trabajos de investigación en olivicultura y elaiotecnia en el centro experimental de La Grajera, para quien la Rioja puede aportar al actual panorama español la acusada personalidad de unos aceites obtenidos en el límite septentrional del cultivo de la aceituna, aromáticos y con alto contenido en ácido oleico.

En cuanto a las variedades, predomina la arbequina y ganan peso día a día los que se elaboran con la aceituna redondilla, la única de las tradicionales que puede catalogarse en rigor de autóctona tras el correspondiente estudio genético. A diferencia –como también informa Chávarri– de las conocidas por los nombres de royuela o bermejuela, machona y negral, en las que se han encontrado coincidencias concluyentes con las arróniz navarra, royal de Calatayud y bodoquera aragonesa, respectivamente. “Tenemos ahora”, concluye Chávarri, “más de sesenta biotipos de olivo en estudio, por lo que no hay que descartar la aparición de nuevas referencias autóctonas en un futuro próximo. Los estudios genéticos requieren su tiempo”.
LARGA TRADICIÓN OLIVICULTORA. La fuerza de los aceites de la DOP reside, sin duda, en la diversidad de frutos y tipos de aceite, pero también en una ascendencia que se remonta a tiempos de la dominación romana, como atestiguan tanto el tipo de prensa que utilizaban los trujales hasta el s.XIX como diversos restos arqueológicos hallados en los municipios de Alfaro y Murillo de Río Leza. Fueron los árabes quienes extendieron el olivar por amplias zonas de la región. Los primeros datos incontrovertibles sobre la producción aceitunera de la región se encuentran en el Catastro del Marqués de la Ensenada, del siglo XVIII.
La producción olivarera alcanzó su apogeo a mediados del siglo XX, con 5.780 has de olivar en 1942, 81 trujales censados en 1953 y hasta 7.000 has de cultivo a finales de la pasada década de los sesenta. El auge de otros cultivos más rentables, a la cabeza de ellos la vid, fue el principio de la decadencia del olivar, que en 1993 alcanzó su mínimo histórico, con apenas 2.700 has en producción.

Hubo que esperar al último cambio de siglo para el relanzamiento de la industria aceitera, gracias sobre todo al impulso de una iniciativa privada atenta a la creciente demanda de aceites de calidad en los mercados nacionales e internacionales. La Asociación de Trujales y Olivicultores de la Rioja (constituida en el año 2000) y firmas como Almazara Ecológica de la Rioja, Trujal 5 Valles o Kel Grupo Alimentario, entre otras, iniciaron un movimiento de modernización del sector al que pronto se sumó la mayoría de las cooperativas. Hoy son más de una docena las almazaras incluidas en la DOP Aceites de la Rioja, una marca de calidad que comienza a sonar con fuerza en los principales foros aceiteros del planeta. JOSÉ RAMÓN PEIRÓ