Originaria de la localidad castellonense de Borriol, como su nombre indica, se trata de una de las 45 variedades catalogadas como autóctonas de la Comunidad Valenciana. La comarca de la Plana de Castellón concentra la mayoría de las escasas hectáreas cultivadas de esta variedad, considerada por no pocos expertos como una exquisita rareza que habla de la riqueza de nuestro patrimonio olivarero. La aceituna borriolenca también se conoce con los nombres de raconera, torrat y grossal, entre otras.
Aunque su uso mayoritario ha sido tradicionalmente el de aceituna de mesa, también se dedica a la obtención de aceites virgen extra de notable calidad. Los olivos son de porte erguido, floración temprana y sensibles a la sequía, aunque resistentes a algunas de las peores enfermedades, como el repilo. De fácil desprendimiento, el fruto es de forma ovoidal y peso medio-alto, adquiriendo en la madurez un intenso color rojo vinoso.
Cosechada en verde, la aceituna borriolenca produce aceites de buen contenido en polifenoles y, por lo tanto, resistentes a la oxidación. A la cata presentan aromas de aceituna y manzana verde, almendra y tomate maduro, seguidos de un paladar fluido y equilibrado, de moderados caracteres amargos y picantes, sabor persistente y sensaciones finales que recuerdan la almendra dulce, el tomate y el plátano verde. Las almazaras aprecian su carácter rústico en las mezclas o coupages, si bien no faltan los productores, como Bardomus, que también la envasan por separado.