Por MAGDALENA BORRÁS (*)
El sector aceitero español ha dado un paso de gigante en los últimos quince o veinte años. Y no sólo por lo que respecta a las cifras de venta, sino también en la pulcritud de las elaboraciones, condición indispensable para competir en los disputados foros y mercados internacionales de los virgen extra de la máxima calidad donde se juega la reputación de los países productores. Hoy se elaboran mejores aceites que hace dos décadas: más fragantes, más completos en el paladar y, desde luego, mucho más limpios y atractivos a la vista.
En los corrillos del gremio se discute desde hace tiempo sobre si es más conveniente utilizar en la cata y degustación la característica copa de cristal azul o si, por el contrario, ha llegado el momento de pasarse a la copa incolora y transparente.
Nadie pone en duda la necesidad del clásico recipiente coloreado en los paneles de cata profesionales, donde la imparcialidad obliga a esconder cualquier pista –el color puede serlo- sobre la identidad del elaborador. Tampoco su valor simbólico u ornamental. Se entiende menos, en cambio, que en las ferias y salones del aceite dirigidos al gran público todavía sean numerosos los elaboradores que se empeñan en mostrar su producto en un vistoso recipiente que lo oculta.
COMER CON LA VISTA. Por fortuna, aumentan por momentos los partidarios –entre quienes nos encontramos- de enseñar el aceite en todas sus dimensiones, incluida su deslumbrante gama de colores verdes, amarillos y dorados. Saben que en las cosas de comer la vista es el primero de los sentidos que pone en contacto el producto con el consumidor y que su aspecto será determinante en la decisión de compra.
La copa azul –se ha dicho ya- es un instrumento imprescindible en la cata técnica o profesional, razón por la cual formará parte para siempre de la iconografía del aceite de oliva. De manera que comprendemos las razones –más de orden sentimental que práctico- de sus partidarios para seguir usándola en todo tipo de situaciones. Pero cuando se trata de vender, lo que les recomendaríamos es que junto a los vasitos de color comiencen a colocar otros que dejen ver el zumo de la aceituna en todo su esplendor.
(*) Magdalena Borrás es consultora de marketing alimentario.