
Insistir en el origen, en la diferencia que marcan las variedades autóctonas y en la difusión de las características organolépticas que identifican a los aceites españoles. Ésta es la receta propuesta por el ICEX, según un estudio reciente sobre exportación, para solventar el desconocimiento que padecen nuestros aceites en mercados externos como el francés. Pero, ¿a qué se debe este desconocimiento? Entre otras razones, y como no es raro suponer, a la venta a granel.
En efecto, España vende buena parte de su producción a Francia sin obtener el plus de rentabilidad que aporta la mención de origen. Los franceses consumen aceite de oliva procedente de España aunque están convencidos de que se trata de un producto cien por cien francés elaborado en cualquiera de las tradicionales regiones aceiteras del país.
Esta confusión viene propiciada por varios factores, como la deficiente reglamentación de la Unión Europea sobre el etiquetado. En muchos aceites de origen español comercializados en Francia, la única alusión al origen consiste en especificar que ese aceite procede de la “Unión Europea”, lo que es tanto como decir que no viene de la luna.
El caso de Francia es revelador de las dificultades que a menudo padecen las almazaras para hacerse notar. Más aún en un escenario donde el crecimiento del consumo del virgen-extra de oliva compite con otros aceites como el de girasol (los franceses siguen prefiriéndolo para freír, por ejemplo), el de maíz o el de sésamo. Una razón más para apostar por una estrategia marquista que acabe con apropiaciones indebidas.