Los expertos sitúan su origen en la Sierra Morena cordobesa, donde convive con la variedad picual, que también es conocida en la zona como nevadillo blanco. El nombre procede de las manchas blanquecinas del fruto en contraste con el color verde oscuro y grisáceo del follaje de los árboles. Aunque su cultivo se encuentra en una lenta pero sostenida regresión, los censos olivareros aún sitúan la variedad nevadillo negro entre las seis o siete más cultivadas en Andalucía, lo cual no es decir poco. En la actualidad se calcula en unas 30.000 has las dedicadas a esta especie de aceituna, con especial concentración en el norte de la provincia de Córdoba y, en particular, en la denominación de origen Montoro-Adamuz.
Sus características agronómicas (soporta bien el frío y la sequía, agradece los suelos poco fértiles) la hacen especialmente indicada para los terrenos escarpados, de acusada pendiente y difícil –casi inviable- mecanización. Ello, unido a una notable resistencia al desprendimiento de las aceitunas, obliga a cosecharlas a mano, con todas las ventajas derivadas para la calidad de los aceites. Los responsables de la citada DO Montoro-Adamuz presumen de que sus frutos van directamente del árbol al trujal, sin tocar el suelo.
Los aceites de nevadillo negro son algo más rústicos que los de su pariente picual, si bien comparten con ésta no pocas de sus mejores virtudes. Intensidad y complejidad aromática, frutado verde, paladar denso y de gran amplitud, con caracteres amargos y picantes que denotan un alto contenido en polifenoles. O, lo que es lo mismo, resistentes a la oxidación y con interesantes valores dietéticos y nutricionales.