Originaria del sur de Valencia, la villalonga es, junto a la serrana, la variedad de aceituna más extendida en esta comunidad autónoma, con una superficie de cultivo estimada en casi 28.000 has. Su mayor implantación está en la provincia de Valencia (16.000 has) y en las comarcas septentrionales de Alicante (El Comtat, La Muntanya), aunque también se encuentra de forma más dispersa en Castellón. Tiene una moderada presencia en determinados enclaves de las provincias limítrofes de Cuenca y Albacete, así como en Portugal (alrededores de Elvas) e Italia. La aceituna villalonga es también conocida por los nombres de manzanilla (no confundir con la sevillana), manzanella, manzanet, forna, espartosa, orxana o ramellet. Los árboles son vigorosos y de porte erguido, productivos y de maduración temprana, frondosos y de gran longevidad. No resisten bien la helada, pero sí algunas de las peores enfermedades del olivar, como el verticilium, y se adaptan perfectamente a los suelos calizos.
PALADAR FRUTADO INTENSO. Las aceitunas son de buen tamaño (entre 4 y 5 gramos), forma redondeada y de fácil desprendimiento, lo cual favorece las labores de recolección. Los aceites de villalonga presentan fragancias de la serie frutal, con características notas verdes (hierba recién cortada) y otras que recuerdan la manzana y la almendra. Su paladar es frutado intenso, con ligeros matices amargos y picantes, amén de un persistente final de boca al que regresan los caracteres de la nariz. Almazaras de renombre, como Señoríos de Relleu, Orbeólive o L’Alquería utilizan los virgen extra de villalonga en sus mejores coupages, mientras que algunos productores, como Cuquello, prefieren envasarlos por separado.